miércoles, 19 de enero de 2011

Presentación Power Point

Espacios de culto de la antigüedad en Roma

Tríptico


Vemos aquí la portada de un modelo de tríptico para nuestra ruta.




Versión en castellano.





Versión en italiano.







Niveles de puesta en valor

Un bien patrimonial puede haberse conservado de manera asombrosa a pesar del paso del tiempo, o por el contrario conservarse sólo parcialmente o en muy mal estado, o incluso no conservarse. Cosa muy distinta es si ese bien es valorado en la medida que debería serlo y si se han desarrollado los mecanismos para que sea estudiado y mostrado a la sociedad.


Los niveles de puesta en valor pretenden categorizar en cinco grupos, denominados según las primeras cinco letras del alfabeto latino, la manera en que son valorados por las instituciones y puestos al servicio de la sociedad. Comprende su estudio y la organización de todo un plan de divulgación de la información que contienen.



Niveles de puesta en valor

A: Bueno
Bien nº 12: Ara Pacis Augustae.


B: Regular
Bien nº 19: Mitreo de San Clemente.
Bien nº 14: Panteón.


C: Deficiente
Bien nº 2: Templo de Hércules Victor.
Bien nº 3: Templo de Portunus.
Bien nº 5: Templo A, Area Sacra de Largo Argentina.
Bien nº 6: Templo B, Area Sacra de Largo Argentina.
Bien nº 7: Templo C, Area Sacra de Largo Argentina.
Bien nº 18: Pirámide de Cayo Cestio.


D: Muy deficiente
Bien nº 13: Mausoleo de Augusto.
Bien nº 15: Obelisco de Piazza della Rotonda.
Bien nº 4: Templos de Fortuna y Mater Matuta.
Bien nº 20: Santuario siríaco del Gianicolo.
Bien nº 8: Templo de Vesta, Foro romano.
Bien n º 10: Templo de Antonino y Faustina, Foro romano.
Bien nº 9: Templo de Cástor y Pólux, Foro romano.
Bien nº 11: Templo de Saturno, Foro romano.


E: Nulo
Bien nº 1: Ara Maxima de Hércules.
Bien nº 16: Iseo del Campo de Marte.
Bien nº 17: Serapeo del Campo de Marte.

Como vemos en el cuadro, sólo uno de los bienes que tratamos se considera bien puesto en valor, el Ara Pacis con su museo. Gracias a este proyecto el visitante puede visitar el bien en buenas condiciones y comprenderlo, con la ayuda de paneles y maquetas.

En un nivel inferior, encontramos el Mitreo y el archiconocido Panteón. Su situación no es de completo descuido, las visitas son ordenadas, pero consideramos que existen algunas carencias en su puesta en valor que contribuirían a su mejor conocimiento por parte de todos los que los visiten.

Con una puesta en valor deficiente situamos seis bienes. Son visibles aunque no abiertos a las visitas, pero carecen de cualquier tipo de información que los explique al transeúnte. Son anónimos ante todo el que pase por delante de ellos.

En el nivel de puesta en valor muy deficiente se sitúan ocho de los veinte bienes que analizamos. Dada su importancia, no debería permitirse que no sean tratados  y explicados adecuadamente. Algunos están llenos de andamios y semiabandonados desde hace siglos, otros son totalmente pasados por alto y se vuelven invisibles al adornar las plazas y convertirse en elementos de ornato urbanístico. Otros son meras ruinas sin identificación aparente, junto a las que se pasa sin poder saber de qué se trata. Los templos del Foro Romano, que tantísimas visitas reciben diariamente, se camuflan entre los demás restos arqueológicos sin un panel en condiciones que los identifique.

Tres de los bienes que tratamos son totalmente ignorados. Nada nos hace saber que están allí, aunque en el pasado su importancia haya sido extraordinaria.


Teniendo en cuenta todo esto, es el momento de recorrer pormenorizadamente la situación de cada uno de ellos y enunciar las posibles soluciones a estos problemas. Es absolutamente crucial tomar conciencia de la pérdida que supone su deterioro, pues son bienes únicos y no recuperables. Si no se valoran, no pueden entenderse y si no se comprenden toda la información que desprenden como documentos arqueológicos e históricos que son se pierde. Si valoramos el Patrimonio histórico y arqueológico, debemos también prestar atención a aquellos elementos importantes aunque no supongan una gran atracción turística. Quizá una vez explicados sí la susciten, pero si no se lleva a cabo nunca lo sabremos. Y a los que sí lo son, debemos proporcionarles la identificación necesaria para que sean comprendidos. Ir a un lugar tan importante e interesante como el Foro romano, pagar por ello incluso, pasear viendo ruinas y no entender absolutamente nada del conjunto, es algo muy negativo. Sin embargo, ocurre a diario. Todo esto tiene remedio y debemos intentar paliar estos vacíos de información. Veremos a continuación que el coste no es demasiado elevado, y lo que se ganaría lo compensaría con creces.










 

Estados de conservación

Una vez vistos por encima todos los bienes de nuestro recorrido, vamos a empezar a desarrollar la parte que más importancia quizá tiene en este sitio web, el apartado patrimonial. Vamos a reflexionar  primero sobre su estado de conservación y luego sobre su nivel de puesta en valor, al servicio de toda la sociedad.

Los bienes que integran esta ruta son sólo un pequeño ejemplo del patrimonio cultural que ofrece la ciudad de Roma, y su excepcionalidad hace que sea absolutamente necesario poner en marcha inmediatos mecanismos que permitan su mejor conservación para el futuro. Como hemos podido ir viendo, la situación en la que se encuentran aquellos que vamos a tratar es muy dispar.



En función de la integridad de los restos materiales que de ellos se conservan en la actualidad, hemos diseñado cuatro categorías simples, cuatro niveles. A continuación se exponen, según el estado en que se encuentran, los bienes tratados.



Categorías del estado de conservación

I.  Muy bueno.

Bien nº 12: Ara Pacis Augustae.
Bien nº 19: Mitreo de San Clemente.

II. Bueno.

Bien nº 2: Templo de Hércules Victor.
Bien nº 3: Templo de Portunus.
Bien nº 5: Templo A, Area Sacra de Largo Argentina.
Bien nº 13: Mausoleo de Augusto.
Bien nº 14: Panteón.
Bien nº 15: Obelisco de Piazza della Rotonda.
Bien nº 18: Pirámide de Cayo Cestio.

III. Regular.

Bien nº 4: Templos de Fortuna y Mater Matuta.
Area Sacra de San Omobono.
Bien nº 6: Templo B, Area Sacra de Largo Argentina.
Bien nº 7: Templo C, Area Sacra de Largo Argentina.
Bien nº 20: Santuario siríaco del Gianicolo.
Bien nº 8: Templo de Vesta, Foro romano.
Bien n º 10: Templo de Antonino y Faustina, Foro romano.
Bien nº 9: Templo de Cástor y Pólux, Foro romano.
Bien nº 11: Templo de Saturno, Foro romano.

IV. Malo.

Bien nº 1: Ara Maxima de Hércules.
Bien nº 16: Iseo del Campo de Marte.
Bien nº 17: Serapeo del Campo de Marte.


Como vemos, sólo dos bienes son considerados en muy buen estado de conservación. El Ara Pacis, en su Museo propio, sería el privilegiado de la lista. Junto a él el Mitreo de San Clemente, cuyas estructuras se conservan muy bien.

En buen estado de conservación encontramos siete de los veinte bienes. Las estructuras originarias, hayan sido o no consolidadas en alguna ocasión, permanecen en pie y el conjunto es comprensible a la vista. La dureza del material que lo compone o el hecho de que fuesen transformados en iglesias cristianas en la Edad Media contribuyeron a su conservación.

Con un regular estado de conservación tenemos ocho bienes del total: los restos que quedan de la construcción romana son escasos e insuficientes para comprender, a un primer vistazo, la morfología general del edificio. Se trata de restos arqueológicos arrasados de los que sólo vemos zócalos de muros y restos de pavimentación, o templos cuyo material ha sido reutilizado.

En el último escalón de la clasificación, tres bienes. Ninguno de ellos se conserva. Tenemos referencias a su existencia y los restos están sepultados bajo otros edificios.


La valoración es clara: son más los bienes susceptibles de ser correctamente conservados que aquellos sobre los que no se puede ya actuar. Incluso los mejor puntuados podrían ser objeto de mejoras en su conservación, un campo sobre el que queda aún mucho por hacer.

jueves, 6 de enero de 2011

Santuario siriaco del Gianicolo

El último lugar de Roma que vamos a visitar es el santuario siriaco del Gianicolo (Nº 20), situado al otro lado del Tíber y sobre el Gianicolo. El Gianicolo es una pequeña colina situada cerca del barrio del Trastevere, que según la tradición se relaciona con el dios Jano (Giano, de ahí la denominación de “Gianicolo”). Jano es una primitiva deidad itálica asumida por la religión romana que se caracteriza sobre todo por tener dos caras (Jano bifronte). Se asocia al mundo agrario y natural y tiene carácter civilizatorio. Es el protector de las puertas, dios de los principios y finales.


El santuario siríaco del Gianicolo se excavó a inicios del siglo XX.  Las divinidades del antiguo panteón sirio también se introdujeron en Roma y en la Península Itálica. Su principal deidad femenina, Atargatis, conocida también como Dea Syria e identificada con Astarté, dispuso de un templo en el Gianicolo, cuyo culto se asociaba al de Júpiter Heliopolitano y al de Hadad. En la zona del Trastevere se asentaron poblaciones originarias de Siria, extranjeros y esclavos, y se ha constatado la presencia de otros cultos siríacos en el área.

En el santuario se encontró una inscripción griega dedicada a Zeus Keraunios y a la Ninfa Furrina, cuyo bosque sagrado se encontraba en las proximidades y su culto se regía en torno a un afloramiento de agua, el lacus Furrinae. El culto arcaico natural a la Ninfa en el área acaba uniéndose a la nueva religiosidad siríaca, cuya presencia más antigua se constata en el siglo I d. C, cuando se levanta un primer santuario. Éste es reconstruido por el rico comerciante Marcus Antonius Gaionas. Un incendio conduce a la nueva reconstrucción que le da el aspecto definitivo, cuya cronología se discute pero es mayoritariamente aceptada en el transcurso del siglo IV d. C.


En el santuario se han encontrado varias estatuas de divinidades. Una de ellas, de bronce, fue hallada en un altar triangular y muestra a un personaje masculino con una serpiente enroscada alrededor del cuerpo. Se ha interpretado como una divinidad de la naturaleza y la regeneración, que nace y muere cada año, con el ciclo de las estaciones. Se trataría de una deidad sincrética, quizá Adonis-Osiris, ambas deidades relacionadas con la muerte y la resurrección. La representación parece reflejar un culto de carácter ctonio, asociado al subsuelo, mediante la serpiente que lo envuelve. Se trataría de un ejemplo divino de todo un mundo natural de raíces muy antiguas e iconografía común mediterránea, que asocia al ente divino con la vegetación, la tierra, los animales (divinos y dominados) y el inframundo. Su caracterización relacionada con Osiris y su carácter ctonio parece clara, al representarse como una figura osiríaca envuelta en una serpiente.






La relación entre las serpientes y la tierra, la regeneración agrícola, la vida y la muerte, es algo común en el Mediterráneo. El uróboros, la serpiente que se muerde la cola, representa los ciclos, el tiempo, el cosmos y la eternidad. Existe una representación muy similar identificada como Osiris Chronocrator, “el que controla el tiempo”, en referencia a la serpiente (el cosmos) que lo rodea. En época romana, Isis y Osiris-Serapis se representan asociados a serpientes en una nueva forma de estos dioses, Isis Thermutis y Serapis Agathodaimon, deidad masculina protectora de Alejandría.

Mitreo de San Clemente

La siguiente y penúltima parada en nuestra ruta comprende la visita a un recinto de culto diferente a todos los que hemos ido viendo hasta el momento. Se trata del Mitreo de San Clemente (Nº 19), un espacio destinado al culto del dios Mitra. Se ubica bajo la Basílica de San Clemente, en la vía Labicana, muy cerca del Coliseo y del Ludus Magnus.
La Basílica que hoy vemos se construyó en el siglo XII sobre otra paleocristiana del siglo IV d. C., que a su vez se levanta sobre importantes niveles romanos, en una zona casi comprendida dentro del área de la Domus Aurea de Nerón.

En el área más oriental de estas estancias, hoy subterráneas, se encuentra una posible Moneta (ceca imperial), edificio de cierto aspecto industrial, de planta cerrada y muros sólidos, datada a mediados del siglo III d. C. Al oeste, encontramos una serie de estancias, la central identificada como un Mitreo, construido a finales del siglo II- inicios del III  d. C.



Mitreo de San Clemente



Lo que sabemos del culto mitraico nos permite situar a Mitra como un dios polifacético de origen persa, relacionado con la fertilidad y con la simbología celeste. Mitra, nacido de una roca tal y como es representado en la iconografía, recibe en el mito la orden del dios Apolo, a través de un cuervo, de matar a un toro. Al hacerlo, su sangre se vierte sobre la tierra, llenándolo todo de vida y fertilidad, restableciendo el orden en el cosmos. Acuden entonces una serie de animales, que aparecen también a él asociados: un perro, una serpiente y un escorpión. La victoria de Mitra es celebrada junto a Apolo en un banquete. Mitra es entonces transportado a los cielos en el carro de Apolo. 



Escena de tauroctonía.
Museo Nazionale Romano.


Los mitreos son estancias subterráneas, de techo abovedado. En el caso de San Clemente el techo está cubierto de estrellas, alusión clara al firmamento y a la simbología cósmica, que otras veces aparecen sobre la túnica del propio Mitra, como un dios de la luz y también posible responsable del movimiento de los astros. Esta sala contaba con un nicho al fondo para la estatua del dios Mitra y un altar central con la escena de la tauroctonía, en la que el joven Mitra, portando un gorro frigio y un puñal, mata al toro, junto a otros dos personajes, Cautes y Cautopates, en los laterales del altar. Ambas figuras masculinas sostienen dos antorchas, representando según las últimas interpretaciones la salida y la caída del sol. En los muros laterales se dispusieron los bancos para los fieles.

El culto a Mitra es un tipo de culto mistérico, dotado de una serie de ritos iniciáticos que se practican en los mitreos. Las prácticas mitraicas arrancan en Roma del siglo I a. C., difundiéndose durante los siglos III y IV d. C. y popularizándose sobre todo entre los soldados romanos[1]. Su culto llega a su fin en el 391 d. C, con el decreto de Teodosio que prohibía los cultos paganos, entre los que se encontraba el mitraísmo.
Éste no es el único mitreo en Roma, existían diversos recintos similares a lo largo de la ciudad. Destacan en importancia el Mitreo Barberini, del siglo III d. C., el Mitreo del Circo Máximo y el Mitreo de Santa Prisca[2].



 
Plano de las estancias romanas bajo la basílica paleocristiana.
A la izquierda, el Mitreo con su forma rectangular.





La entrada de las “religiones orientales” de carácter mistérico en el sustrato ideológico grecorromano es un fenómeno importantísimo en la historia de la religión romana tardía y en la transición a la implantación del cristianismo en el Imperio Romano. Su implantación dentro de la sociedad romana se asocia a los requerimientos estructurales de un nuevo orden sociopolítico que se viene desarrollando, con una gran estratificación social y conflictos muy complejos.
Los tres cultos mistéricos mejor conocidos son el culto egipcio a Isis y Serapis, el frigio a Magna Mater-Cibeles y al dios Atis y por último el ofrecido al dios persa Mitra.
Se trata de cultos sincréticos no considerados en un  principio como parte integrante de la religión oficial. Tienen en común una concepción de la salvación post-mortem, que se abre a los iniciados. El conjunto de cuerpo teórico y prácticas sólo lo comparten los que han sido iniciados en los misterios y no pueden ser desvelados, pues son secretos. Esto se convierte en un mecanismo de control de los fieles. Estos cultos  evidencian una vinculación entre la naturaleza y la cosmología imaginada y justificada y el orden sociopolítico imperante. En estos cultos, el ejemplo de la experiencia divina ofrece un modelo a seguir a los iniciados en ellos. Son adaptados para poder encajar en la sociedad romana y carecen de estructura política que los haga poder considerarse grandes sistemas complejos y religiones propiamente dichas.



Mitra matando al toro.
Museos Vaticanos


Estos cultos, al comienzo de introducirse en el Imperio, permanecen al margen de la religión cívica romana, ya que aunque se comporten como parte integrada del sistema funcionan como realidades autónomas más o menos aceptadas. Con la llegada del cristianismo serán los cultos mistéricos los que más directamente se topen con él. Los cultos mistéricos a los que nos referimos y que tuvieron su espacio definido dentro del Imperio Romano presentan similitudes con el cristianismo, como culto oriental que es en su origen. Esto es así porque proceden de un sistema cultural común y proporcionan soluciones análogas ante las necesidades sociales y mentales suscitadas en algunos lugares del territorio imperial.


[1] Sólo en 60 hectáreas excavadas en Ostia se han documentado hasta 18 mitreos.
[2] www.romanoimpero.com/2010/07/i-mitrei-romani.html. Para más información e imágenes acerca de estos y otros mitreos, sobre todo los de Ostia.



Pirámide de Cayo Cestio

La octava parada en nuestra ruta, dentro del tercer itinerario, es la visita a la tumba monumental en forma de pirámide que se hizo construir, como lugar de enterramiento singular, Cayo Cestio  en los últimos años del siglo I a. C, no mucho después de que Egipto se incorporara como provincia al Imperio Romano en el 30 a. C. La Pirámide de Cayo Cestio (Nº 18) sigue los modelos piramidales egipcios de época ptolemaica, con su característica forma más alta y estrecha y con dimensiones mucho menores a las pirámides clásicas del Imperio Antiguo egipcio. Algo muy importante a tener en cuenta es que no es ésta la única tumba piramidal que se construyó en Roma en este contexto. Hubo otras dos tumbas piramidales, ubicadas una en el margen derecho de la Flaminia a la altura de la Piazza del Popolo y la otra cerca del Vaticano, a inicios de la Via Della Conciliazione. De ellas hoy, desgraciadamente, no queda nada.




Las caras occidental y oriental de la pirámide se encuentran inscritas. Podemos ver la siguiente inscripción en su cara oriental: C(aius) Cestius L(uci) f(ilius) Epulo, Pob(lilia tribu), praetor, tribunus plebis, (septem)vir epulonum . En el lado este, en caracteres menores, leemos la segunda inscripción en la que se afirma que la obra, según disposición testamentaria, fue llevada a término en menos de 330 días. Es uno de los más antiguos ejemplos de uso del ladrillo en Roma. Posee una rica decoración en su interior al fresco, con representaciones de  candelabros y figuras femeninas. En el siglo III fue incluida en las murallas aurelianas.

El modelo de tumba piramidal, la elección de un sepulcro según este ejemplo típico egipcio, se  basa globalmente en una serie de connotaciones que rodean a Egipto y al símbolo de su excepcionalidad, las pirámides. El ejemplo de tumba piramidal está profundamente mitificado, empezando por su antigüedad. Se considera un modelo dotado de una antigüedad milenaria, que se refleja muy bien en el refrán árabe “el hombre teme al tiempo y el tiempo teme a las pirámides”. A lo largo de los siglos, las pirámides se irán cargando de significados y asociaciones distintas, llegando a identificarse en la tradición cristiana con los graneros de José en Egipto (y así se representan en el mosaico de la cúpula de San Marcos en Venecia).

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lunes, 3 de enero de 2011

Serapeo de Villa Adriana, Tívoli



Entre el 118 y el 134 d. C el emperador Adriano (117-138 d. C) se hizo construir Villa Adriana en Tibur, hoy Tívoli, una villa de inmensas dimensiones (se calcula hasta 300 hectáreas) levantada en tres momentos a lo largo de la vida del emperador. Se articula en cuatro ejes y uno de ellos es el “Canopo”. Se trata de una amplia área en la que se levantó un Templo a Serapis según el ejemplo del Serapeo egipcio de Canopo[1], en el Delta del Nilo.



El Serapeo de Villa Adriana en Tívoli está formado por un largo canal con estatuas alrededor que  conducía al templo en sí, protegido por una semicúpula revestida de mosaico. Se componía de una serie de espacios públicos, destinados al banquete ritual y juegos de agua, y otros espacios cerrados subterráneos dedicados al culto a Serapis como deidad ctonia. En forma de gruta, el Serapeo contenía numerosas esculturas egipcias e imágenes en honor a Antinoo, el favorito del emperador, muerto en las aguas del Nilo. En su recuerdo, Adriano fundó la ciudad de Antinoopolis en el 130 d. C, hoy El-Sheik Ibada, frente a Hermópolis Magna. Antinoo fue divinizado a su muerte, asimilado al dios egipcio Osiris.




Antinoo-Osiris.
Museos Vaticanos





Panel que muestra la planta del Serapeo.




Serapis es una divinidad sincrética, un dios egipcio tardío nacido de la confluencia de las deidades Osiris y Apis (deidad local de Menfis), de las cuales nació  en primer lugar Osirapis, al servicio de las nuevas poblaciones griegas en el Delta del Nilo con la llegada de los gobernantes lágidas. Se conecta con atributos del Zeus griego, símbolo de fertilidad masculina, fuerza y soberanía[1], también de Dioniso en su vertiente natural y agraria,  Esculapio y también con Hades: su carácter ctonio[2] primitivo (resaltado con la compañía de Cerbero o las serpientes en la iconografía) en relación con el mundo subterráneo de los muertos, se une a sus facultades asociadas a la regeneración y la fertilidad de los campos y a los ciclos agrícolas. 
El rey Ptolomeo I (304-284 a. C) estableció su culto en Alejandría, capital de la dinastía lágida en Egipto, al servicio de los nuevos usos griegos helenísticos en Egipto, que también habían renovado el culto a Isis. Del Delta del Nilo, su culto viajó a Delos, enclave comercial central del Egeo, desde donde se extendió por diversos lugares del Mediterráneo. Unido a Isis (formando una tríada con el dios niño Harpócrates) y a Anubis, estas divinidades reunían los requisitos necesarios para ser adoptadas fácilmente en contextos geográficos diferentes, por su carácter multifuncional y su configuración sincrética. 





[1] Su vertiente política como soberano de la ”sociedad de los dioses” y también de los humanos, tiene una doble representación como pater familias, cabeza del “oikos”, en una sociedad aristocrática, patriarcal y masculina. Es un modelo cultural y político llevado al plano trascendente que refleja una parte importante de la organización de la sociedad en un determinado momento. El mito siempre tiene una significación en su contexto social.
[2] Quizá el caso más característico de divinidad ctonia es Demeter-Ceres, diosa agrícola y a la vez asociada al inframundo. Es la diosa de la vida civilizada, de la que depende el orden anual de las estaciones: cambian cuando su hija Perséfone-Proserpina es raptada  y llevada a los Infiernos por Hades-Plutón durante la mitad del año.


[1] ADEMBRI, B; “Iside a Tivoli” en ARSLAN, E; Iside. Il mito il misterio la magia, Ed. Electa, Milano, 1997.

Isis



Isis es una divinidad femenina de origen egipcio atestiguada desde momentos muy antiguos en Egipto (III milenio a. C), y presente en los más antiguos relatos míticos. Los lugares sagrados en Egipto del culto a Isis son Filae, en el Alto Egipto y Behbeit el-Hagar, en el Delta. Aparece fundamentalmente con el papel de gran madre divina, hermana y esposa de Osiris, el rey divino primigenio[1]. Cuando Seth le da muerte, es Isis la que emprende la colosal tarea de recuperar sus restos a lo largo y ancho del País del Nilo. Este episodio de la muerte de Osiris y la búsqueda de su cuerpo para proporcionarle una vida eterna (Textos de las Pirámides) tendrá enorme influencia posterior como parte de la “historia sagrada” del culto isíaco. Isis es también, en la mayoría de las tradiciones mitológicas, la madre del dios Horus, deidad unida a la persona real que legitima su autoridad política por encima de todo. El papel de Isis como madre real se refleja en su iconografía, representada en un trono y con tocados y atributos de poder. Se asocia también con el mundo celeste y la regeneración solar. Isis, como madre, acaba asimilándose con otras deidades femeninas egipcias como Hathor, de la que toma, por ejemplo, el sistro, elemento iconográfico asociado a la diosa que perdurará en la representación de la misma en momentos tardíos y época romana.




Isis-Fortuna.
Museos Vaticanos.


El culto a Isis se extendió, a partir de la entrada en Egipto de Alejandro Magno (332 a. C), por diversos lugares del Mediterráneo: el norte de África, Anatolia, el Egeo (Iseo de Delos), la Península Itálica (Iseo de Pompeya) e Ibérica y también hacia el interior del continente europeo, dentro ya del ámbito romano. En época romana, su culto llega a todo el territorio imperial, hasta sus confines.  Su celebración principal es la Navigium Isidis, que inauguraba la temporada de la navegación[2]. Las ceremonias isíacas y sus “misterios” estaban abiertas al público.


Escena isíaca en Herculano.

Isis es un ejemplo de caracterización de divinidad femenina capaz de concentrar las atribuciones y significados necesarios para convertirse en una diosa madre universal, siguiendo una tradición que arranca de las deidades naturales femeninas primordiales de momentos prehistóricos, hasta conectar con la propia diosa madre del cristianismo, María. De hecho, la iconografía de Isis dando el pecho (Isis Lactans) al dios niño Horus-Harpócrates es idéntica a la de la Virgen  con el niño-Dios. Isis reúne una larga y antigua tradición religiosa en relación con las primeras deidades femeninas y aún con las “potnia theron[1]”, señoras de la naturaleza, dominadoras de los animales y el caos natural. Este carácter múltiple se refleja en el epíteto que se le atribuirá, “la de los mil nombres” o “innumerables nombres”.
Es un modelo de madre y esposa real y divina en origen, de quien proviene la vida. Isis en la iconografía egipcia protege maternalmente con sus alas y da la vida a la propia realeza[2]. Es la madre simbólica de todos los faraones, de toda la tradición real a lo largo de tres milenios, y las esposas reales físicas egipcias se mirarán en este modelo divino, en el que buscarán su legitimación última. Es diosa de la fecundidad y protectora de las mujeres, por lo que se asimilará también en época tardía con Afrodita, en la Alejandría ptolemaica.


A través del mundo helenístico, Isis llegará a introducirse en el mundo religioso romano, con una nueva iconografía: esta vez no directamente asociada al niño divino, apareciendo a menudo sin él y portando un recipiente con el agua mágica del Nilo y con la otra mano el sistro con el que se efectuarán las ceremonias en los Iseos. Isis se asociará también a otra deidad romana protectora de la navegación y el comercio, Fortuna. Era, bajo esta forma, venerada por los pescadores y las profesiones relacionadas con el mar[3]. Isis protagoniza multitud de complejos procesos de asimilación y sincretismo. En su vertiente de diosa de la fertilidad agraria, se asimilará también con Ceres, representándose con la cornucopia o “cuerno de la abundancia”.
El carácter mágico y la espiritualidad del culto isíaco, su accesibilidad, la compasión asociada a Isis, la cercanía y seguridad que ofrece respecto a la muerte y el ofrecimiento de la resurrección son elementos propios de las religiones orientales y mistéricas, que rivalizarán con el cristianismo naciente.

El sincretismo religioso greco-egipcio se produce a partir de finales del siglo IV a. C con el mundo helenístico, y las divinidades egipcias se adoptan y popularizan por diversos lugares del Mediterráneo, tras pasar por el filtro griego. Esto ocurriría con el carácter de las divinidades y así también con su iconografía, dando lugar a las llamadas “divinidades alejandrinas”. En este proceso juega un papel fundamental la nueva construcción de este panteón greco-egipcio por Plutarco, en su obra De Iside et Osiride.  El mundo romano reinterpretaría de nuevo los rituales y la caracterización de estos dioses. 



Anubis-Hermes.
Museos Vaticanos.



[1] En el mundo grecorromano, la diosa de la naturaleza por excelencia y dominadora de las bestias será Artemisa-Diana. En la Iliada, Artemisa ya es llamada “señora de los animales”.
[2] Un ejemplo de la potenciación de Isis como madre real en época ptolemaica serán los Mammisi o “Casas del nacimiento”, templetes dedicados a la veneración del dios-niño.
[3] Algunos datos aquí recogidos proceden de la Conferencia “Isis, Regina Coeli”, impartida por el profesor Esteban LLAGOSTERA CUENCA en las IX Jornadas de la Academia de Egiptología de Novelda, el 15 de mayo de 2010.


[1] Osiris enseñó a los egipcios la agricultura y la civilización, es el dios de los muertos y de los ciclos de la regeneración diaria y cósmica.
[2] Para más información, ver: ARROYO, A; “El culto isíaco en el Imperio Romano. Cultos diarios y rituales iniciáticos: Iconografía y significado”. En Boletín de la Asociación Española de Egiptología, núm. XII, 2002.

Iseo y Serapeo del Campo de Marte

Unos metros más abajo de la Piazza Della Rotonda se levanta hoy la Iglesia de Santa María sopra Minerva, famosa en parte por el obelisco Minerveo que se levanta en la Piazza della Minerva, sobre un elefante de mármol levantado por Bernini. Las diferentes pistas toponímicas que encontramos en este lugar nos acaban conduciendo hasta una compleja realidad arqueológica sepultada bajo los cimientos de la Iglesia: la presencia de tres templos de época romana, de los que hoy nada queda a la vista, pues sobre sus estructuras se levantó en 1280 Santa María sopra Minerva. Exactamente, se trata de un templo a Minerva (Minerveum), y otros dos a las divinidades egipcias Isis y Serapis. El templo a este paredro egipcio se levantó en el 43 a. C. El lugar donde nos encontramos, aunque hoy no podamos apreciar estas estructuras, tiene una enorme significación histórica y debe ser valorado como tal. Es necesario que esta realidad, hoy sepultada, se de a conocer. 




Reconstrucción de ambos templos


El Iseo del Campo de Marte (Nº 16) no era el único Templo a Isis en Roma, aunque sí el de mayores dimensiones y el primero en construirse. Fue el espacio más importante dedicado al culto isíaco en Roma, por ello es imprescindible incluirlo en nuestro recorrido. Hoy no puede verse, pero según la Forma Urbis Romae severiana, ocupaba un área de cerca de 200 x 70 metros[1]. Se encontraba unido al Templo de Serapis, su consorte divino, en una zona central del Campo de Marte. Al templo se accedía a través de una avenida con obeliscos y esfinges, que conducía a una estancia rectangular destinada al culto isíaco, el propio Iseo. Además de éste, se levantaron en la capital imperial el Iseo Capitolino, en el Campidoglio; el de Santa Sabina en el Aventino y el templo a Isis junto a las Termas de Caracalla, además de algunos otros pequeños santuarios destinados al culto a la diosa madre egipcia por excelencia. A éstos se unen el Iseo y el Serapeo del Colle Oppio. En este Iseo Campense (Campo de Marte) que visitamos se encontraron a su vez diferentes materiales de procedencia egipcia[2], como los restos de una clepsidra (reloj de agua) de Ptolomeo II Filadelfo, conservada en el Museo Barracco[3] de Roma.
 
 
Unido al Iseo se construyó también, en pleno Campo de Marte, un Serapeo. El Serapeo del Campo de Marte (Nº 17) ocupa la exedra  adosada en el ángulo norte del Iseo. En el se realizaban los rituales asociados al consorte de Isis, Serapis.  


[1] SIST, L; “L´ Iseo-Serapeo Campense” en ARSLAN, E; Iside. Il mito il misterio la magia, Ed. Electa, Milano, 1997.
[2] Para más información online acerca de los materiales encontrados procedentes del Iseo y su ubicación actual, ver  www.romanoimpero.com/2010/03/iseo-campense.html.

El mito de Egipto en la antiguedad


Los griegos fueron quienes iniciaron el proceso de mitificación de Egipto que dura hasta nuestros días. Esta imagen idealizada de las tierras egipcias se sustenta en varios ejes, basados en caracteres excepcionales presentes en Egipto. El principal de ellos es el Nilo, un enorme y vivo curso de agua que daba a Egipto la prosperidad agrícola y era para los griegos, que no conocían de cerca grandes ríos, toda una fuente de mitos. La atracción que suscitaban los ríos en la mitología griega es conocida, formando parte de las genealogías míticas de héroes y ciudades, convirtiéndose los ríos otras veces en auténticas divinidades.




En los poemas homéricos, se produce ya una identificación entre el río Nilo y el país, Egipto. Su régimen extraordinariamente fértil convirtió a Egipto en un país poblado de maravillas y riquezas, “donde las casas guardan muchos tesoros” (Odisea, 128; misma referencia en Iliada). Egipto se convirtió en muchas narraciones en una tierra utópica donde reinaba la abundancia. A su excepcionalidad se unía la presencia de espectaculares monumentos antiquísimos, animales exóticos  y fantásticos y una geografía desconocida e imaginaria[1].

Además, era presentada por autores griegos como Herodoto como la  cuna de los saberes eternos, que contaba con una inigualable farmacopea: “cuya fértil tierra produce muchísimas drogas, y allí cada hombre es médico” (Odisea, 227). El mito griego de Egipto se basaba también en una idealización de su religión y castas sacerdotales  y de la estabilidad de sus estructuras sociales y de gobierno. 






En época romana, sin embargo, la imagen de Egipto sufrió un cambio, convirtiéndose ahora en el prototipo de lujo, exceso y decadencia oriental, imagen negativa construida a finales de la República. Ello no impidió que Egipto siguiera manteniendo su misterio y atracción, fundamentado aún en lo oculto de su religión milenaria y también en lo inextricable de su escritura jeroglífica, que parecía esconder los saberes más profundos. De esta capa de misteriosa y sobrenatural diferencia, nacida en la Antigüedad, no ha podido aún desprenderse.   






[1] GÓMEZ ESPELOSÍN, F; PÉREZ LARGACHA, A: Egiptomanía. El mito de Egipto de los griegos a nosotros. Alianza, Madrid, 1997.