sábado, 1 de enero de 2011

Ara Pacis

El Ara Pacis Augustae  (Nº 12) es un altar conmemorativo, construido en mármol, erigido por el emperador Augusto (27 a. C- 14 d. C). La construcción de este gran ara en un preciso momento responde a la voluntad de dejar constancia monumental de ello y a  la  vez reforzar la nueva situación en la que se encuentra Roma, respecto tanto al interior como al exterior, resumida más complejamente en la Pax Augusta. La iconografía que lo decora responde a una clara intencionalidad propagandística: expresar visualmente una serie de mensajes que darán legitimidad al nuevo poder imperial.

Tomamos este ejemplo material, esta construcción, no sólo como una mera obra de arte, sino como un documento histórico, capaz de transmitir información sobre la realidad pasada en la que se encuadró[1]. Este monumento es por tanto un elemento muy claro e interesantísimo de culto, en este caso a figura de Augusto, y de justificación de los nuevos usos sociales y políticos diseñados bajo su mandato a partir de la propaganda visual.  





Los relieves del Ara Pacis son un anuncio de intenciones políticas y un intento de estabilización de la sociedad mediante recursos que llaman al mantenimiento de la tradición romana, abriendo una nueva etapa de paz, orden y estabilidad política.
La decoración externa en relieve está encuadrada por lesenas de mármol, que muestran candelabros esculpidos y terminan en capiteles corintios. El zócalo de guirnaldas de acanto se extiende por los cuatro lados. En la franja superior externa, en los laterales de mayor longitud, se pueden ver cuatro escenas diferentes de carácter mitológico y alegórico. En una vemos la representación de la cueva Lupercal, donde la legendaria loba capitolina habría amamantado a Rómulo y Remo[1], en referencia al mito fundacional de la ciudad, base legendaria del Estado. Junto a ésta vemos a Eneas, el héroe troyano, realizando un sacrificio, junto con los dioses Penates, que representan aquí la estabilidad de la tradición y los usos de los antepasados. Augusto se vincula al propio Eneas, de cuya estirpe, vinculada directamente a los orígenes de Roma y que entronca con la propia divinidad, desciende la gens Iulia. Las escenas alegóricas muestran a una figura femenina que representa la Tierra, en una posible alusión a la Paz, y a Roma deificada[2]. Los paneles laterales restantes muestran una procesión conmemorativa de la construcción del altar, donde vemos a los personajes más importantes de la casta imperial dispuestos jerárquicamente. El interior está decorado con palmetas y bucráneos, en una alegoría a la riqueza agrícola y la prosperidad. El nombre de Augusto se vincula así a la Paz y la abundancia, que traerá el dominio universal de Roma.



Eneas-Augusto

[1] En recuerdo de este mito fundacional de Roma se celebraban las Lupercalia, fiestas que daban comienzo en la cueva del Lupercal en el Palatino de carácter propiciatorio de la fecundidad.
[2] El culto a la propia Roma victoriosa, unida a las conquistas territoriales del imperialismo romano, se ubica en la llamada crisis religiosa del siglo I a. C, que da origen a un nuevo tipo de culto que culminará con la figura de Augusto.

El Ara Pacis ha de entenderse dentro del nacimiento del culto imperial[1], un nuevo  tipo de culto que se une a la religión tradicional pero que también la transforma, ya que el emperador se convierte ahora en la única fuente de legitimidad tanto sagrada como pública. Los sacerdotes pasan a ser asistentes del que efectivamente reúne en su persona todo el poder, también el sagrado.  El culto imperial toma elementos de los cultos funerarios romanos y de los cultos heroicos y dinásticos del mundo helenístico, sacralizando la preeminencia del emperador, que contará con la confianza profunda de la ciudad. Se venera ahora a los emperadores difuntos, admitidos como divi por el nuevo emperador y por el Senado. En vida, el emperador sigue siendo un humano aunque dotado de una fortuna excepcional, y unido dinásticamente a los divi, lo que prepara su divinización. Se ofrecen sacrificios a su numen, su potencia divina y a su genius, la divinización de su personalidad con sus cualidades innatas.  


El punto de partida en Roma de este culto imperial sería la divinización que siguió a la muerte de César por parte de su hijo adoptivo, Octavio, que ya se presenta como hijo de un divus. A su vez y como hemos visto,  el futuro Augusto se inscribe en un linaje que remonta a la propia Venus, a partir del descendiente de Eneas, Iulo (Ascanio). Augusto hereda así los poderes especiales que César había obtenido en relación con las instituciones sacerdotales. Y es el control del poder sagrado el que le abre camino en cierta forma para dar el paso en el cambio institucional. Con el título de Augustus, explica la victoria a la vez que anuncia una invencibilidad futura. Tras las guerras civiles, Roma se refunda. 




El culto imperial nace con la nueva ideología comunitaria unida al nuevo régimen unipersonal, ya iniciada en los últimos momentos de la República, que es fundamentalmente triunfal: la celebración de un poder victorioso y la conjunta glorificación del soberano. Toda Roma se transforma en la ciudad del triunfo, que pronto se une en la figura del emperador. Este nuevo régimen se basa en la confluencia de elementos diversos, como el aparato de las cortes helenísticas, las celebraciones militares romanas, sobre el sustrato de la mentalidad tradicional de la sociedad romana. Todo ello sobre un principio básico relacionado con la religión romana: la creencia en una legitimidad histórica obtenida gracias a la sumisión piadosa a los dioses, corroborada gracias a las extraordinarias victorias del poder romano. La nueva legitimidad extraordinaria de la que gozarán los actos de los imperatores bebe de la misma que otorgaban los augurios favorables de Júpiter a los magistrados. Así, para el imperator triunfar equivale a mostrar la potencia casi mística que detenta, plenamente investido por Júpiter. Los elementos de la tradición antigua se reelaboran al servicio de la nueva situación, avalándola con el peso de la tradición. Un solo hombre, dotado de la “elección joviana” y capacidad de éxito excepcional, acaba sustituyendo a la República[1].



El Ara Pacis de Augusto se encontraba originalmente situado al oeste del eje de la Vía Flaminia, en el Campo Marzio septentrional, simétricamente dispuesta respecto al Ara Providentiae, en el otro costado de la Vía. Con el paso de los años acabó por cubrirse y se perdió, hasta que fue redescubierto en el siglo XVI. En 1938 fue trasladado a un pabellón en la Vía de Ripetta, junto al Tíber. Hoy se encuentra dentro de un moderno y diáfano museo diseñado por el arquitecto Richard Meier, en un espléndido estado de conservación. El Museo cuenta con paneles explicativos muy interesantes, como el que muestra la genealogía de la familia de Augusto, una pequeña exposición de bustos romanos y una tienda de recuerdos. Junto al Ara Pacis se expone una pequeña maqueta que complementa su explicación, de gran utilidad para conseguir una visión de conjunto, dadas las considerables dimensiones del altar.



Panel del museo que muestra la ubicación original del Ara Pacis

 

[1] SCHEID, J; La religión en Roma.. Ed. Clásicas, Madrid, 1991.

[1] Es la veneración de la persona del emperador o de algún miembro de su familia.


[1] “Las edificaciones y las imágenes reflejan el estado de una sociedad y sus valores, así como sus crisis y momentos de euforia”. ZANKER, P: Augusto y el poder de las imágenes.




Debemos insertar brevemente este bien en su contexto. Roma ha cambiado su modelo político republicano y tomado desde el 27 a. C uno imperial-monárquico, según el ejemplo de las monarquías helenísticas personales y de origen divino, acorde con la realidad económica imperialista desarrollada. El nuevo modelo de poder personal culmina la trayectoria de helenización iniciada progresivamente en Roma desde que se incorporaron a la esfera romana Grecia y el Mediterráneo oriental, en los siglos II y I a. C. Desde el siglo II a. C, la cultura tradicional romana comienza a imbuirse en un lento proceso de aculturación. El progresivo individualismo, la “luxuria” asiática, los nuevos cultos orientales (religiones mistéricas…), la filosofía moralista… comenzaron a confrontar con la tradición romana (mos maiorum) hasta que finalmente se adecuó el marco institucional a la nueva realidad socioeconómica, derivada del sistema imperialista de base agraria y mercantil, dando comienzo el Principado.
                                                                                              
El arte augusteo busca la vuelta al clasicismo romano tradicional, incluso a las propias bases arcaizantes, para así contrarrestar el enorme cambio social que se está dando en la sociedad romana. El princeps da estabilidad y justificación a su poder único y personal, no colegiado, volviendo a los usos y costumbres tradicionales romanos, propios de una República que formalmente continúa, construyendo una propaganda desde el poder que retome el mos maiorum, las tradiciones romanas vigentes desde los orígenes de Roma y perpetuadas por los antepasados,  frente a una realidad de progresiva helenización.



Planta del altar

No hay comentarios:

Publicar un comentario