lunes, 3 de enero de 2011

Panteón

La sexta parada en nuestro recorrido se encuentra en la zona norte del Campo de Marte, por lo que hemos de Rotonda, se levanta un imponente templo romano de características arquitectónicas fantásticas y únicas, con un significado simbólico muy grande. Hoy día, es uno de los monumentos más conocidos y visitados de Roma, y  este mismo espacio ha recibido diferentes usos durante siglos, en diferentes momentos históricos.

En la fachada del Panteón (Nº 14) podemos leer  M(arcus) Agrippa L(uci) f(ilius) co(n)s(ul) tertium fecit[1], que corresponde sin embargo a la intervención constructiva de Adriano en el Panteón, que conserva la inscripción de la primera, iniciada por Agripa. Marco Vipsanio Agripa fue un político y general romano, gran colaborador de Augusto.










[1] “Lo hizo Marco Agripa, hijo de Lucio, cónsul por tercera vez”.

Su morfología constructiva es singular. El pórtico cuadrangular que alberga la inscripción se encuentra adosado al templo de planta circular, cuya fachada cuenta con ocho columnas monolíticas de granito, con capiteles y basas de mármol blanco. Su forma circular da nombre a la plaza que se abre ante el templo, la Rotonda, cuyos muros pueden hoy rodearse y así asimilar realmente las dimensiones del edificio.  El pórtico se divide en tres naves, la central más ancha que las laterales, que se abre al interior del templo. Las laterales se abrían a dos nichos que albergaban dos estatuas, seguramente de Augusto y Agripa[1]. El frontón se decoraba con un águila coronada, símbolo del poder imperial.



En el interior, numerosos nichos albergaban diferentes estatuas a “todos los dioses” a los que estaba dedicado el templo, como su propio nombre indica. El Panteón responde en su concepción última a un modelo helenístico de templo dinástico, tratándose pues de un Augusteum, que ha de entenderse en el contexto de la política propagandística y de legitimación y justificación política que Augusto llevó a cabo en su instauración en el poder de Roma. Así, en el interior del templo están muy presentes las divinidades dinásticas de la familia julio-claudia: Marte, Venus y el propio Divo Iulio. Ha de entenderse por tanto con su componente de  recinto de culto político, que en el significado helenístico se dedicaría al rey divinizado y las deidades a él asociadas.




La gens Iulia, de la cual provenía Cayo Julio César, se hacía remontar a los antecedentes divinos, a partir de Iulo (Ascanio), hijo de Eneas y Créusa. El padre del héroe, Anquises, se había unido a Venus, de quien Eneas sería hijo. En la Iliada, Eneas tiene un protagonismo como valeroso guerrero troyano, el segundo tras Héctor, y es auxiliado en alguna ocasión por su madre divina. Venus guió además a Eneas hasta las costas del Lacio al volver de Troya, donde fundaría una población que sería el germen de la futura Roma. Este relato se plasma en la Eneida de Virgilio, poniendo por escrito esta narración, equiparándose la historia de Eneas a los relatos de los Nostoi, la vuelta a casa de los héroes aqueos tras tomar Troya. El paradigma de este ciclo es la Odisea. De esta forma, los orígenes de Roma se vinculan a la tradición divina y se respaldan con ella, pues Virgilio sitúa a Rómulo y Remo como descendientes de Eneas, hijo de Venus[1]. Por otro lado, el dios Marte se introduce en la genealogía mítica de la dinastía julia al engendrar a Rómulo y Remo, al unirse a Rea Silvia contra su voluntad. Así, los emperadores de la dinastía julio-claudia sustentan su legitimidad gracias a su vínculo con los dioses[2].



Venus y Marte.
Museo de la Civiltà Romana.



[1] Este lazo es el linaje de los dárdanos. Desde los reyes de Alba Longa a Rómulo y Remo, el linaje continúa hasta los julios. En la Eneida, Virgilio plasma esta construcción del linaje divino al servicio de Augusto.
[2] Este, con todos los que hemos ido viendo, es un ejemplo que ilustra la función política de la religión, capaz de presentar el orden social existente como necesario, sin cuestionamiento posible, al situar al grupo de poder en el plano inmaterial superior. El privilegio de unos pocos se legitima por el culto de Estado mediante su inserción en el “absoluto”. Esta y otras lecturas de la función social y política de la religión pueden extraerse de B. FARRINGTON, Ciencia y política en el mundo antiguo, Ed. Ayuso, 1973. 



[1] COARELLI, F; Guide archeologiche Laterza: Roma. Laterza, Bari, 1981.

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