domingo, 6 de febrero de 2011

Reflexión final


El recorrido que hemos hecho por todos estos distintos ejemplos de culto ha pretendido transmitir una breve visión global de la religiosidad y la religión del mundo romano, tratando algunos elementos preexistentes que son la base sobre la que se construirá el sistema religioso romano, junto a este mismo sistema y su evolución, incluyendo el culto imperial como religión política y por último los tipos de culto que se incorporan a él con la expansión territorial imperialista. La lectura de fondo acaba apuntando hacia un mismo universo común mediterráneo formado por elementos que quieren dar respuesta y aval a las necesidades básicas y existenciales de los distintos grupos humanos. Estas construcciones religiosas se configuran con mayor o menor nivel de complejidad y se transforman a la par que lo hacen las características de la sociedad que las precisa. Así, encontramos dioses y diosas con diferentes nombres y en distintos lugares y momentos que esconden unas mismas significaciones y atribuciones, relacionadas bien con la agricultura y la prosperidad agrícola, con la naturaleza salvaje y no dominada, con la ciudad y la civilización, con el poder político masculino y la fuerza. Todas estas creaciones simbólicas responden a los parámetros sociales que las requieren y se desarrollan en ese mismo contexto. Cuando las relaciones sociales cambian, lo hacen las condiciones culturales y las necesidades humanas ante lo desconocido. Este proceso de cambio social y religioso puede ser iluminado y rastreado con el inicio de la penetración de las religiones de “misterio” en el Imperio Romano, que propugnan nuevas relaciones entre los humanos y la divinidad. Se introducen con ellas nuevos conceptos religiosos en la sociedad romana que ya podían encontrar su antecedente en los misterios eleusinos, por ejemplo. El individualismo nacido con la cultura helenística se reafirma y cobra fuerza la idea de la salvación post-mortem. Las nuevas religiones individuales de salvación se caracterizan por la introducción de la iniciación y de las exigencias a los fieles desde el campo ético y moral. De este amplio grupo de nuevas formas religiosas forma parte el cristianismo primitivo en su origen, y con su progresiva modelación incorporará muchos de los elementos de corrientes religiosas mediterráneas de origen oriental, que pasarán a formar parte de su “historia sagrada”. Entre éstos destacan la figura jerarquizada de la divinidad (como espejo del poder único, del jefe político, ya presente en las monarquías helenísticas), la idea de la muerte y la resurrección (que hemos visto para el extraordinario caso de Osiris e Isis), la purificación e iniciación (bautismo, sacramentos) o el banquete ritual mediterráneo (la comunión). Todo esto se traduce en una religión complejamente conformada, sincrética y capaz de ofrecer esperanzas a las masas. Su extensión en los territorios del Imperio Romano inicia una nueva época religiosa para el mundo mediterráneo, cuyos resultados y perduración conocemos y podemos visitar en Roma, desde sus primeros momentos (por ejemplo, en las catacumbas) a su desarrollo durante el medievo y hasta la actualidad. Definitivamente, la ciudad de Roma no puede entenderse jamás, ni en el pasado ni en su presente, pasando por alto la historia del cristianismo.  




Inscripciones reutilizadas decorando las paredes del pórtico exterior de
Santa Maria in Trastevere.

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